paloma

Huellas

   Hoy era un día como todos, eso quería creer. Me dolía la cabeza, mis ojos estaban hinchados, pensé en tal vez adjudicárselo a la cantidad de tiempo excesivo que pasé esta semana sentada mirando sólo pantallas. Fui al baño y me paré frente al espejo, me reí un poco al pensar que sigo siendo la misma. Me lavé los dientes, ya casi no quedaba pasta dental; estuve un buen rato intentando recordar cuándo fue la última vez que fui a comprar por mi cuenta, normalmente ella hace los mandados. Volví a mi cama, miré el celular. A veces tengo pensamientos abruptos que me recuerdan que no todo en la vida pasa por Internet, es una realidad que odio admitir.
   No me hizo falta mirar la hora, ya sabía que estaba atrasada. Fui hacia el armario, normalmente tardo en elegir qué voy a usar, pero hoy no había tantas opciones, tenía solo dos pantalones negros y uno estaba roto; agarré una remera, me dio un poco de pena usarla, era nueva, iba a parecer que la estrené para la ocasión. Me maquillé y me perfumé, usé tonos más oscuros que los de siempre. Fui a esperar al sillón, aún no habían tocado el timbre. “Mis zapatos están sucios”, me dije, y lloré de sólo pensar que no sabía dónde estaba la pomada. ¿Cómo se pueden vivir tantos años en una casa y conocerla tan poco? Hice un escaneo general del living, la pared estaba con humedad y había que hablar con el dueño. El dolor de pensar en todas las cosas de las que ella se encargaba me abrumó. No, hoy no era un día como todos.