Lo importante que es tener a alguien cuando todo se derrumba. En esos momentos en los que estaríamos dispuestos a hacer un trato con el diablo por una miseria, porque en el fondo pensamos que si hay algo cercano a la miseria somos nosotros.
Simples mortales, más mortales que nunca. No se trata de que alguien nos saque a la superficie, tan solo de que frene nuestra caída. De que que aparezca una tarde con una bolsa de tiempo y diga:
soy todo tuyo, soy toda tuya.
Mirar buscar a tu alrededor y no ver a nadie. Tener la sensación de que a medida que desciendes pisos las personas desaparecen. Hasta que llega el momento en el que no hay ninguna y parece mentira pero tú sigues bajando.
Te gustaría tener la seguridad de que volverás a al superficie como cuando practicabas de pequeño en aguantar sin respirar.
Aguantar, sin respirar, pero ahora no solo son los pulmones los que queman… y entonces te cuestionas si realmente quieres volver a la superficie.
Ya no queda nada de divertido. Puedes abrir los ojos, pero no hay luz. Solo las sombras, cada vez más pequeñas, de los que están por encima de ti.
Empiezas a pensar que si era complicado que te entendiesen cuando estaban cerca ahora ese ejercicio forma parte de lo imposible. De un imposible…tan posible en el presente.