En los prados de tu huerto
A la luz del plenilunio
Se moría cada flor,
Y concurriendo a una extraña
Complicidad de infortunio,
En el rosal de mi vida
Se deshojaba el amor.
Bien pudiera el peregrino
Hacer estación romántica
A la mitad del camino,
Y desgranar un rosario
De cuentas sentimentales
Por aquel deshojamiento
Del alma y de los rosales.
¡Oh novia! Siempre querida,
cuyas pupilas llorosas
contemplaron la caída
de pétalos y esperanzas
sobre la faz de las cosas,
cuando en la calma nocturna
se deshojaban a un tiempo
las quimeras y las rosas.
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