La hija de la pradera

soullless

Fue hace tiempo cuando el caminante conoció a la hija de la pradera.
Lo recuerda como si el viento aún susurrara en su alma, esos campos silbantes que danzaban al compás de sus pasos incansables. Ella, libre, cruzaba llanuras y colinas, sus huellas marcadas en praderas doradas, valles abiertos y senderos de polvo bajo el sol.
 
Ella era un torbellino de flores al alba, su risa, un aroma que encendía las venas de quien la seguía, sus ojos, un refugio donde las almas se mecían.
Cada palabra suya era un latido del campo, cada roce, un hechizo que ataba los corazones a la tierra.
 
Mas, de pronto, ella se volvió brisa esquiva. Sin aviso, sin rumor de tormenta, se convirtió en un silencio que pesaba como niebla, una sombra que dejó el mundo del caminante huérfano de luz. Él vagó por senderos que olían a su ausencia, preguntándose por qué el calor que antes acariciaba su piel se tornó un frío que lo llenaba de melancolía.
 
El tiempo, paciente como un vidriero, tendió un puente de palabras y susurros. Volvieron a cruzarse, y ella le ofreció su amistad, un refugio frágil bajo el cielo abierto. Pero el alma del caminante, obstinada como un roble viejo, aún la amaba. No con la furia de antaño, sino con un amor callado, herido, enraizado en los surcos de su pecho.
 
En sus gestos, ella dejaba espinas disfrazadas de pétalos, promesas de amistad que cortaban como cuchillas. Su humor danzaba entre sonrisas tibias que lo acogían y silencios gélidos que lo herían, palabras dulces que escondían la crueldad de quien juega con el viento. Su amistad era un velo, un disfraz de bondad que ocultaba su indiferencia, y el caminante, ciego, atesoraba cada herida.
 
En su delirio, el caminante creyó que un día el alma de ella reconocería la suya entre la hierba. Pero llegó un forastero, un hierbajo seco en su pradera, un hombre pobre que, con aires de poeta, osaba pintar de colores los cielos de su mundo, pretendiendo enseñarle a respirar entre las nubes. Y las palabras de ella, al confesar su amor por ese intruso, al revelar que su cuerpo se había entregado a él, cayeron al principio como gotas suaves sobre la tierra. Mas, cuando su verdad se hundió en el pecho del caminante, se volvieron espigas afiladas, clavándose hasta herirlo de muerte, un dolor que sangró en silencio bajo la pradera.
 
Desde el abismo de su herida mortal, el caminante, con la vida desangrándose, reflexionó.
¿Cómo pudo ella entregar su corazón a un cardo marchito,cuando él le ofreció un amor más puro, sin dudar? Ella sabía que él habría dejado todo por seguirla, mientras el forastero titubeaba, sus versos vacíos incapaces de igualar tal entrega.
¿Fueron sus cuidados un susurro perdido?¿Sus noches soñándola, sus días queriendo guiarla, se deshicieron como polvo en la llanura?
 
Aferrado a su último aliento, el caminante sintió la crueldad de la mujer que amó con fervor. No la culpa, no; solo se duele.¿Cómo pudo un alma que tanto amó entregar su todo a un espino vanidoso, hilando su verdad con promesas que él ya había susurrado al amanecer?
¿Fue su amor un espejismo en los campos de ella?
 
Y ahora, ¿qué es el caminante? Un hombre que guarda su herida en versos, que vive de cenizas y sombras de un sueño.
 
Se pregunta, mientras la muerte lo abraza, si debe cortar este lazo, pues el corazón de ella, libre como un pájaro de la pradera, jamás lo pondrá primero. Siempre hallará otro, cualquier otro, aunque sea un matojo quebradizo, un soplo insignificante, antes que a este que la ama con raíces.
 
Con la pradera oscureciéndose ante sus ojos, el caminante, en su última verdad, imaginó partir, dejar que su ausencia retumbe como un trueno en los campos de su vida. Y cuando ese matojo débil, frágil y vacío, no pueda sostener su mente errante, tal vez ella vea, entre las hierbas secas, dónde debió sembrar su corazón.
Mas será tarde, pues el viento no devuelve lo perdido, y su sombra ya no caminará sus senderos.
  • Author: SOUIIIESS (Pseudonym) (Offline Offline)
  • Published: June 14th, 2025 03:44
  • Category: Short story
  • Views: 1
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